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Hubert Lanssiers: El perdón hecho hombre

Por Miguel Ángel Cárdenas

IN MEMÓRIAM.Se fue a los 76 años, de pie. Hubert Lanssiers, sacerdote belga fue un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. En nuestro país también enfrentó la violencia terrorista. Llegó al Perú en 1964 y luchó incansablemente por los presos. Los derechos humanos pierden un defensor
 
No existe sensación más enloquecedora que la de ser un inocente en la cárcel. Pero tampoco existe frustración más devastadora que la de ser culpable allí mismo. El eterno padre Hubert Lanssiers luchaba porque ambos sean libres. El inocente, del sistema injusto; el culpable, de sí mismo.
 
"Hubert Lanssiers nació y desde entonces vive. Tiene la pretensión de seguir haciéndolo hasta que muera", era lo único que se leía en la contratapa de presentación de su libro "Los dientes del dragón", en su cuarta edición. Y cumplió de pie, nunca en una cama de hospital, como confesó que deseaba morir, con orgullo guerrero.
 
Lanssiers falleció ayer a las siete de la mañana de un sorpresivo aneurisma abdominal, que nadie presagiaba. Un día antes organizaba con todas sus fuerzas unas jornadas de catequesis en la casa de la Congregación de los Sagrados Corazones, donde funciona el colegio La Recoleta y donde es velado hasta las tres de la tarde de hoy. Más consecuente aún: su ataúd está a pocos pasos del bazar donde se venden los trabajos de cerámica, tallado y cuero de 300 presos de todos los penales del país.
 
"Ese bazar era uno de sus máximos logros", dice Ana María Rivera, su inseparable secretaria hace 15 años, quien en todo el día solo probó agua de azahar, por el dolor, y a quien todos daban el pésame como si fuera la única familiar viviente.
 
Hubert tenía 76 años y de su patria, Bélgica, solo se le conocía un amigo, Paul Aerts, quien lo visitaba cada dos años. "Su máxima felicidad era cuando obtenía un indulto, lo celebraba como una fiesta", dice Anita apenas, con la voz sollozante.
 
En la cola para verlo, estaba Zulma Guerra, indultada en 1999: "Era un cura muy especial, no nos hacía rezar tanto, pero nos daba consejos. Cuando salí y mi familia me rechazó me dio un consuelo impagable". Hubert Lanssiers hizo arte del perdón.
 
PERDÓNATE PARA PERDONAR
Las conflagraciones lo persiguieron con voracidad desde niño. En la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 10 años y regresaba del colegio, los nazis fusilaron a su madre y a toda su familia materna. Y para más ensañamiento, el adolescente afligido tuvo que soportar que los alemanes tomaran su casa y convivieran con él. Lanssiers nunca ocultó su ira, pero la conjuraba con el dragón del perdón: "Eran otras víctimas de la guerra... que habían dejado tras ellos a su familia y en la intimidad no se expresaban muy bien de Hitler. Además, finalmente eran seres humanos".
 
"Primero hay que ser hombre para ser sacerdote", confesaría años después de participar en la resistencia. Por eso, después de guerrear con su conciencia tomó los hábitos a los 30 años, inspirándose en Damián de Molokai, un religioso que se fue a Hawái en el siglo XIX cuando la lepra era una peste. Damián murió como un apestado, encerrado con ellos: los abominados de la sociedad. Como más tarde serían para él los presos peruanos.
 
Hubert estuvo en la guerra de Indochina, en la de Vietnam (su padre había servido 17 años en la legión extranjera francesa y la zona no le era ajena). Y llegó a Japón durante la posguerra: a Hiroshima y Nagasaki; y pasó por la convulsionada Corea. En 1964, el imán de la tragedia lo trajo al Perú.
 
La primera vez que visitó una cárcel fue en 1973 cuando conversó con el hijo de un señor que había sido acusado de incesto. Y esa realidad le cayó como anillo en la conciencia: su vida misma había sido tormentos; esta era la oportunidad de casarse con el dolor, para redimirlo. Y en 1974 empezó su divina comedia en los infiernos: creó el pabellón industrial en Lurigancho, en 1982 fue capellán en El Frontón, en 1996 integra la comisión encargada de recomendar el indulto para inocentes condenados por terrorismo.
 
Y ni Sendero Luminoso fue vulnerable a su osadía redentora. Una vez que Hubert se desesperó por el fanatismo terrorista, les dijo sin atenuantes: "Si ustedes un día toman el poder, me opondré con todas mis fuerzas y me tendrán que matar". Ellos le contestaron: "Sí, lo vamos a matar, pero con una bala de oro". Sin embargo, las amenazas le llovieron más de las autoridades.
 
"Hay gente que gracias a la prisión descubre en sí mismo talentos que ni se imaginaba y no estoy haciendo discursos. Eso lo he visto, lo he tocado". Una vez en Castro Castro, unos internos le mostraron la cerámica de un árbol. Hubert no podía entender cómo lo hicieron. "Con las patas del pollo de la sopa", le respondieron y se lo regalaron con desarmada gratitud.
 
Hubert descubrió así un arma de vida: el arte. El purgatorio del arte. Con el prestigioso Félix Oliva y su esposa Liliane comenzó a recorrer los centros penitenciarios brindando talleres de pintura y cerámica dentro del programa Arte para la Esperanza, que se convertiría en emblemático. Y sería un hito en la historia de los derechos humanos en el Perú. Las exposiciones y ventas de los productos... y sobre todo el proceso y la terapia de los reclusos que se descubrían como artistas merece un estudio antropológico exhaustivo.
 
En este proceso también se agudizó su adicción por los cigarrillos Inca (podía fumarse cinco en una hora). Y, cuando encontraba incomprensión, sus preguntas existenciales sobre sí mismo: "A veces pienso qué pasaría si me hartara de todo. Pero me digo: ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a afeitar, te vas a mirar en el espejo por la mañana y qué te va a reflejar? Un gusano". En agosto del 2003 renunció a la Comisión de Indultos; entre 1997 y el 2001 había logrado un fabuloso récord: el indulto de 743 inocentes acusados de terroristas. No obstante, sintió irreconciliables trabas del Gobierno. Y desde entonces sus trabajos se centraron en la Obra Recoletana Solidaridad.
 
LA LIBERTAD SOLIDARIA
Alguien tan pegado a la realidad más feroz guardaba el deseo de ser astrónomo. Hubert admiraba también a Mandela y no se perdía una tira de Mafalda. Y reconocía con valentía ser colérico. Un día confesó que su única tentación mundana era reprimir las ganas de patear a un montón de gente, como cuando lo quisieron embarrar diciendo que había sido confesor de Alberto Fujimori. Susana Villarán lo desmiente: "Juntos con Ernesto de la Jara le arrancamos a Fujimori la comisión ad hoc".
 
Suele suceder con las personas más agudas: Hubert tenía el espíritu blanco y el humor negro, digno de novela policial norteamericana. Su palabra favorita era 'hijitos' y provocaba protección paternal. Pero a la vez podía esgrimir la crítica más ácida. "El padre no es de esos que te decía: ay, qué bonito, porque sentía lástima o por hacerte sentir bien. Él rompía las piezas que considera mal hechas y te presionaba a mejorar", confiesa Carlos Flores, artista en cerámica, que salió del penal Castro Castro, gracias a las gestiones del ferviente recoletano.
 
"Una vez me dijo que había visto más muertos que vivos en toda su vida", recuerda el periodista Widmark Pontex, quien fue su alumno de Filosofía en 1992, en La Recoleta. "Sus clases te cambiaban la vida de verdad, y afuera, en las reuniones, podías verlo tomándose unos vasos de cerveza".
 
Para el presidente regional de Chiclayo, Yehude Simon, fue un padre bíblico. Simon lo conoció cuando era diputado y Hubert, capellán de Lurigancho. "Yo pedía que la policía entrara al penal y él se oponía. Me dijo: 'Diputadito, usted no conoce la realidad'. Eso fue en el 86". Seis años después se encontrarían de nuevo, pero esta vez Simon estaba preso acusado de emerretista.
 
Y luego de un nuevo perdón, nunca dejaría de visitarlo los domingos. "Una vez llegó a las once de la mañana y se fue a las dos, y solo había dicho hola". Yehude empezó a escribir poemas como catarsis, ya tenía como noventa y se los dio a leer. El padre le dijo con acidez que cincuenta eran una verdadera porquería. Y le recomendó leer a buenos poetas. (Simon llega hoy a Lima para condecorarlo con la orden del Señor de Sipán).
 
En setiembre del 2000, el defensor del Pueblo, Jorge Santistevan, presentó el libro "Letras cautivas, poesía y cuento" y leyó "Un poema para Hubert", escrito por un interno que le agradecía su labor para promover el arte como exorcismo en las prisiones. Santistevan corrobora su humor corrosivo traído del racionalismo francés. "Él muchas veces hacía referencia a que a él y a mí nos faltaba pelo y no ideas". Pero si algo le sigue asombrando del padre de las cárceles es que jamás se quebró, jamás lo vio llorar. "Una vez hasta lo vi airado con los terroristas de 'Feliciano', pero así lograba también consensos y lo respetaban". Lanssiers era muy crítico de la política peruana: "Era capaz de criticar y de decir cosas terribles, pero siempre con la intención de hacer que este país cambie, avance".
 
Para el ex presidente del INPE, Wilfredo Pedraza, quien estuvo muy cerca de Hubert en los últimos años, él es un santo moderno. Pedraza le facilitó la entrada a los penales que le estaba siendo negada, por gente ignorante que desconocía su trayectoria (incluso quisieron darle un humillante carnet). "Lo vi con mucha furia, impotente, en ocasiones por no poder quebrar todo el sistema de control. Era un hombre que se indignaba muy fácil por la arbitrariedad, como en la última Navidad, en que costó mucho que un director de la policía en el penal de Chorrillos entendiera que desde hacía una década él iba a las cárceles a pasar la Nochebuena con las internas".
 
Lanssiers fue un hombre que supo transitar por su propio dolor y la rabia interna de su vida trágica utilizando una capa mágica: el perdón... con él mismo y luego, en una ilíada divina, con los apestados más horripilantes de la sociedad. En ellos también vio a Dios. El Congreso le brindó un minuto de silencio, la Defensoría del Pueblo realizó una guardia de honor. Formalidades. "Tienes dos opciones: caerte para siempre o renacer", era una máxima de Lanssiers. Por eso, hoy a las cuatro de la tarde será enterrado en el cementerio Presbítero Maestro solo un cuerpo muerto. Nacerá, sin embargo, un nuevo mito popular.

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