Los "insignificantes" en Bolivia y Perú (por Alberto Adrianzén)
La República, Perú, Viernes 27 de Enero del 2006
Los insignificantes en Bolivia y Perú
Alberto Adrianzén M.
Cuentan que cuando la periodista boliviana Amalia Pando le preguntó al líder indígena Felipe Quispe por qué había organizado la lucha armada a inicios de la década pasada en ese país, su respuesta fue breve, pero contundente: Para que mi hija no sea tu cama adentro. Dicho de otra manera, para que no sea una empleada doméstica, una trabajadora del hogar, o, simplemente, como se dice aún en algunos sectores sociales, una sirvienta más.
En días pasados el flamante presidente de Bolivia, Evo Morales, ha nombrado a Casimira Rodríguez como ministra de Justicia. Casimira Rodríguez nació en Mizque, población próxima a la ciudad de Cochabamba, y empezó a trabajar, como afirma el diario La Razón de La Paz, como empleada doméstica a los trece años. Durante ese tiempo, fue sometida a abusos físicos, mentales y sexuales. Trabajó dos años sin que le pagaran, como es común en muchos países como los nuestros. Había momentos dice Casimira Rodríguez en que se sentía insignificante.
La historia de ambos personajes tuvo un final distinto: Quispe fracasó en su lucha armada, pasó varios años en la cárcel y acaba de obtener apenas el 2% en los últimos comicios presidenciales, mientras que Casimira Rodríguez se convirtió en una dirigente sindical de las trabajadoras del hogar para terminar como Ministra de un gobierno indígena y popular. Sin embargo, no deja de ser un buen ejemplo de lo que hoy viene sucediendo en Bolivia.
Es cierto que una lectura rápida de ambas historias concluiría en que Casimira Rodríguez ganó al optar por la política y por la democracia y que Felipe Quispe perdió al elegir, primero, el militarismo, y luego, un radicalismo indigenista excluyente. Sin embargo, más allá que esto sea cierto, no deja de existir una conexión secreta entre ambos personajes que es expresión de una misma demanda: el derecho a la igualdad en una sociedad en la cual los indígenas (o también, en cierta medida, los cholos en el Perú) eran y son tratados como radicalmente desiguales.
Pero hay algo más: qué pretende decirnos el presidente Morales cuando nombra a Casimira Rodríguez como ministra de Justicia. Posiblemente que son las personas que se han sentido o que se sienten aún insignificantes las encargadas de velar para que haya justicia en la sociedad. Sin embargo, por justicia, en este caso, no solo debemos entender el respeto a la ley sino también el derecho a que esa misma ley sea aplicada por igual a todos y que nadie esté por encima de ella. Es también la posibilidad de acceso a la legalidad para aquellos que nunca la tuvieron. Es, finalmente, un grito igualitario en una nación desestructurada, social y étnicamente discriminatoria, para integrarla a partir de los insignificantes.
Por ello no debe extrañarnos que el presidente Morales haya dicho lo siguiente: Así como nosotros sentimos admiración por nuestras clases medias y por nuestros intelectuales, yo les pido a ustedes que sientan esa misma admiración por nuestros pueblos indígenas. La idea de sentir admiración por el otro, por el insignificante, no solo es la búsqueda de un reconocimiento, vía, justamente, una admiración que nos hace voltear la vista y mirar al otro como igual; es, también, poder mirar a la sociedad y al mundo desde los mismos insignificantes. Y esa es la novedad hoy en Bolivia. Estamos, pues, frente a un radicalismo social, pero también frente a un acontecimiento nuevo, moderno. El mundo moderno se construye sobre la base de las novedades y hoy la novedad en Bolivia es que los indios, los insignificantes, gobiernan y quieren construir un país distinto y diverso.
Cuando regresé a Lima el lunes último, luego de vivir unos intensos días en Bolivia, me encontré con la dura realidad peruana. El diario Correo queriendo burlarse racistamente de Félix Jiménez, llamándolo Félix Ovidio Jiménez, con la evidente intención de insinuar, estúpidamente, que por tener un segundo nombre supuestamente provinciano, no puede ser un economista de primera. El artículo de hace pocos días de Giovanna Peñaflor en el diario Gestión, en el que narra cómo en el Café Del Mar el portero de ese establecimiento casi no la deja ingresar a ella y a su familia por el solo hecho de que su color de piel no era seguramente el esperado para su selecta clientela. El enfrentamiento en Chepeconde, donde unos ciudadanos de clase media demandan que las playas sean para todos los peruanos y denuncian la construcción de muros, puertas y la contratación de lúmpenes para impedir el acceso de los campistas que la frecuentan desde hace muchos años. La entrevista a ese gran arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos en la que nos dice que el balneario de Asia es un genuino enclave, ya que no tiene ninguna conexión con su entorno inmediato. El reportaje televisivo donde se da cuenta de cómo el pueblo más cercano a los exclusivos balnearios también de Asia no tiene luz ni agua, y de cómo sus propias autoridades no pueden ingresar a esos mismos balnearios.
Aquí en el Perú hay también insignificantes. Son los pobres, los mestizos, los cholos, las empleadas del hogar, los indios, los trabajadores, incluso sectores de la clase media, como sucede también en Bolivia. Los insignificantes son una legión en este país. Creada por una elite insensata, presuntuosa y prepotente. Por eso mirar lo ocurrido en Bolivia es urgente y nos debe llevar a preguntarnos quién será capaz de representar hoy en el Perú a los insignificantes. Y, en ese reto, como dice una canción, la pinta es lo de menos, si no veamos nuestro pasado reciente.
1 comentarios:
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muy bueno el artículo. ahora sí cagaste al otrotambor, dale morsa! que no te discriminen por ser dientudo, la pinta es lo de menos.
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