QUERIDAS TIENDAS POR DEPARTAMENTOS
Por Gustavo Rodríguez*
Estimados señores,
Es posible que esta carta sea tomada por ingenua, pero igual la enviaré. Riesgos más grandes he tomado en mi vida. Aunque no tantos como los que enfrenta un peruano promedio cuando afronta nuestra realidad nacional (Citaré como ejemplo aquellos momentos vergonzosos en que un chico de rasgos mestizos es descaradamente rechazado de una discoteca de moda. O la triste anécdota del hijito piel canela de un amigo que, tras su primer día en un colegio limeño de élite, le preguntó a su papá por qué lo miraban raro).
Si tuviera que decidir cuál es el problema más grande de nuestro Perú, escogería el insólito drama de ser un país donde toda una base social se considera excluida a pesar de ser la enorme mayoría.
Este problema tiene sus orígenes en nuestro pasado colonia, en el cual la cortesana élite blanca despreciaba a los elementos oriundos, y sus ramificaciones aún perduran hasta hoy: Sendero Luminoso, nuestro centralismo kafkiano o las súbitas adhesiones a figuras como las de Humala son erupciones que nacen de ese mismo magma. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con sus empresas anunciantes? Permítanme prolongar el suspenso.
Hace unos meses me llamaron la atención unas declaraciones del reputado psicoanalista Jorge Bruce sobre las conclusiones de la Comisión de la Verdad: Me atrevo a señalar que la actitud de mucha gente de Lima hacia los millares de muertes que se producían en la sierra no era sólo indiferencia. En el fondo, existía una fantasía de muerte, el deseo no aceptado de que todos los serranos se murieran, se mataran entre ellos y así seríamos un país distinto... como Chile. Días después, una publicación recogió esto y concluyó que esta fantasía del exterminio es recogida por buena parte de la publicidad que se elabora en el Perú que elimina todo rostro andino, mestizo o negro.
Antes de proseguir, quiero dejar en claro mi seguridad de que la publicidad no es la madre de la exclusión, es el reflejo de una sociedad que sí la ejerce. Y que a la publicidad no se le puede exigir prioridades para las cuales no fue creada. Sin embargo, también debo dejar en claro que todo poder trae consigo una responsabilidad. Y el poder que tienen ustedes, estimados señores, de cincelar imágenes a una escala masiva no debe escapar de este destino.
Hagámonos juntos estas preguntas: los panales publicitarios que sólo muestran a afortunados jóvenes blancos, ¿no son también puertas de la exclusión? Así las cosas, ¿no serán los encartes publicitarios que cuelan a los mestizos meras extensiones gráficas de esas detestables discotecas racistas? ¿Qué tipo de resentimiento se irá acumulando día a día, a nivel inconsciente, en una chiquilla de Canto Grande que en toda avenida, esquina, y centro comercial nunca ve de sí un pelo en aquello que los anunciantes dictan como deseable?
Una última: ¿Sería demasiado pedir en sus carteles la admisión de un cupo de espléndidos jóvenes mestizos, representantes del nuevo Perú? Quizá no. Quizá haya llegado el momento de apartar la previsible jerga de lo aspiracional y decirles: ustedes hacen una admirable labor añadiendo valor a sus marcas. Quizá puedan hacer lo mismo, pero con la satisfacción de estar ayudando a resanar la exclusión de nuestro país.
Gracias por su paciencia.
*Artículo publicado en la página B2 de El Comercio el día 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos.
La cita de Jorge Bruce corresponde a la publicación ¿Por qué en el Perú unas vidas valen más que otras?, de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, donde se incluyen también artículos de Carlos Iván Degregori y de este servidor sobre racismo y exclusión. La segunda cita se refiere al lanzamiento de la campaña Basta de Racismo.