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El juego de máscaras de Madeinusa

este artículo originalmente apareció en argumentos nº7, publicación del instituto de estudios peruanos. para ver los otros artículos, hacer click aquí



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¿Por qué la película Madeinusa ha generado tantas resistencias en ciertos sectores académicos? ¿Es posible tacharla de “racista” o entroncada en esa mirada exotista de los andes que ha primado en ciertas tradiciones narrativas? Lo que intentaremos en las siguientes líneas es responder estas preguntas, y en lo posible, abrir nuevas cuestiones a raíz de la exploración audiovisual que realizó Claudia Llosa en ese pueblo ficticio llamado Manayaycuna. El argumento de la película Madeinusa es aparentemente simple y efectivo: qué sucede en un pueblo cuando dios “muere” por dos días (en un período llamado “tiempo santo”). Sobre esa base, se construye la historia de Madeinusa, una joven que sueña con Lima y que quiere salir de Manayaycuna, su pueblo natal.

La idea sobre la que se montan los avatares de la protagonista no es ciertamente nueva. La descripción visual, humanos transformados en animales, sin pudor ni censura, el ambiente de pesadilla (con guiños al teatro y al cine de Federico Fellini, y aquí vale el reconocimiento a Miguel Rubio de Yuyachkani y a Susana Torres por el trabajo de dirección artística), todo nos recuerda las descripciones que alguna vez hizo Mijail Bajtin de los carnavales medioevales: un mundo paralelo, alejado de toda ley, del Estado y de la Iglesia, lejos de la mirada de Dios y de la autoridad. La inversión del mundo.

¿Es Manayaycuna un pueblo real? En una reciente entrevista Claudia Llosa ha tratado de aclarar que dicho pueblo no existe; no hay pues pueblo alguno donde Dios muera una vez al año (y menos un coro de niñas que, simulando una película de terror, anuncie el “tiempo santo” con una canción estremecedora). Es, antes que una visión de los andes rurales, una película de situaciones, cuyos referentes en el cine podrían encontrarse quizá en “The hour of the pig” de Leslie Megahey (1993), en el que un joven y cínico abogado de la Francia medieval atiende un extraño caso en un pueblo intrigante. Como en aquella película, aquí tenemos también un forastero, un limeño, Salvador, el personaje menos logrado de la película, que está de paso por el pueblo y se ve envuelto en un conjunto de situaciones que escapan a su voluntad. El representa (y carga) los clichés y prejuicios de los capitalinos sobre el mundo (nada) mágico de los andes. La propia Madeinusa, que en otras manos pudo haber sido construida como un personaje plano, ingenuo, expresión de la inocencia del buen salvaje, va jugando con él poco a poco, hasta el final, en el que revela su único (y obsesivo) propósito.

El incesto existe en Manayaycuna, con o sin “tiempo santo”. La falta de un dios que vigile solamente permite materializar el deseo. Algunos han querido ver en esta representación una suerte de estigmatización del mundo rural, como un mundo salvaje. Para Magaly Solier, protagonista de la película, es también una denuncia de lo que ella ha vivido en Ayacucho. Realidad y ficción se van entremezclando. Claudia Llosa no quiere jugar aquí a la denuncia directa: el incesto no se ve directamente, sino a través de la mirada de Salvador, el limeño, el “gringo”.

Los andes rurales no son lugares simples. El Informe Final de la Comisión de la Verdad reveló que así como no existen dos mundos separados, uno civilizado y otro arcaico, también es cierto que en algunos momentos y sitios, dios puede estar ausente. Los periodistas que llegaron a Uchuraccay el fatídico 26 de enero de 1983 y perdieron la vida quizá lo entendieron. Una sesgada Comisión Investigadora enfatizó demasiado en la existencia de un pueblo teóricamente desvinculado del mundo (entendiendo el mundo como el mundo costeño, occidental); sus críticos de igual modo recalcaron la imagen de unos andes inocentes, incapaces de cometer atrocidad alguna. Veinte años después, un estudio más fino nos “descubrió” más bien unos andes llenos de agencia, de racionalidad e irracionalidad, de alegrías y muchas más tristezas. Pero nunca la imagen de unos andes entre dos fuegos. Manayaycuna pudo haber sido un pueblo andino durante los años de la violencia política. Un teatro donde no se permite ser espectador, donde todo es móvil, donde los campesinos son actores y protagonistas de su propia tragedia o historia, como dice Batjin “los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo”.

Para Gonzalo Portocarrero hay aquí una mirada de conformidad sobre el horror del incesto (horror que no es tal para los protagonistas de la historia). Y la falta de salidas (además del huir del pueblo) es aquí la señal del clásico estereotipo clasemediero y limeño. Se olvida aquí Portocarrero, me parece de dos elementos claves. El primero es que la protagonista no quiere huir del pueblo, sino más bien, como vemos poco a poco durante la película, vive ella misma en un mundo ficticio, enajenada por los medios, la prensa, la televisión (que se presentan a través de las imágenes de las revistas que ella guarda). En segundo lugar, asumiendo que efectivamente el salir del pueblo sea la opción escogida por Madeinusa frente al abuso, ¿acaso la migración no ha sido la alternativa de tanta gente en tantos años? ¿O es que mejor es quedarse en su sitio, que nadie se mueva, como en la canción “Cholo Soy” de Luis Abanto Morales: “déjame tranquilo aquí en la montaña”?

Tal como da cuenta el Informe Final de la CVR, la migración de los andes a las ciudades ha sido uno de los procesos más importantes del siglo XX. Lima, la gran metrópolis, fue “el destino de la gran emigración rural, la depositaria de las esperanzas y, luego, las frustraciones de millones de peruanos pobres que abandonaron sus comunidades de origen, así como la mayor concentración de miseria y precariedad económica.” (Tomo I, Capítulo 2, “El despliegue regional”). Madeinusa sigue su propio camino, bajo su propia elección, similar al que seguiría Irene Jara (Soy Señora, testimonio de Irene Jara, recopilado por Francesca Denegri, IEP, Flora Tristán, Editorial Santo Oficio, 2000) o tantas mujeres que deciden romper con la “tranquilidad de la montaña”.

Creo que la película de Claudia Llosa está mucho más cerca del Informe de la CVR que del Informe de la Comisión Uchuraccay dirigida por Mario Vargas Llosa. Su Manayaycuna nos interroga, nos enfrenta a nuestros propios prejuicios, casi obligándonos a tomar partido. No hay héroes en la trama, todos juegan con su propia máscara y cuestionándonos sobre cuál es la máscara y cuál el verdadero rostro: ¿aquel que se muestra en “tiempo santo”, o el que hay una vez que termina la fiesta? ¿Son los habitantes de Manayaycuna aquellos que se presentan ante nosotros o esconden algo más, que los espectadores no podemos percibir a simple vista?

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1 comentarios:

  1. Anónimo said,

    Choloberto, me parece que falta la referencia importante a la madre ausente que está en Lima, ella es la razón para la migración.

    on 8:07 p. m.